23 oct 2011

Habito cotidiano

El hombrecito se sentó en la silla mecedora y con un cigarro en la boca comenzó lentamente a recordar sus días de hombre con gloria en aquellas campañas inolvidables de la guerra civil que lo envolvió de sangre y vitores en su juventud, pero todo eso ahora era un mero recuerdo que lo emocionaba hasta las lágrimas. Mientras daba grandes bocanadas a su cigarro que se consumía lentamente, miraba hacia el cielo buscando más recuerdos de juventud, como si en las nubes estuviesen guardadas todas las emociones contenidas que algún día, como hoy, quisiera recordar.

El tiempo pasaba y pasaba y el hombrecito seguía sentado en su silla mecedora, ahora leía un libro para desviar la mente de tanto recuerdo, leía y leía, hasta que el sueño se apoderó de su cuerpo y lo llevo al país de los sueños, entre sinuosos parajes de algún lugar fantástico y poco probable de haber visto en su vida. Lleno de colores y sensaciones que poco podía comprender, pero a medida que avanzaba veía que este paisaje aparecía gente que conocía, divisó a los amigos de infancia jugando con bolitas de cristal en un sucio peladero. Más adelante vio a su gran amor de juventud, una joven de pelo castaño y ondulado, de blanca piel danzando a la orilla del mar que le sonreía y le alzaba la mano en ademán de saludo, vio también a su gran compañero de batallas, el "pillo" que con arma al hombro intentó seguirlo en su vuelo, divisó así un montón de amigos de juventud, amoríos pasajeros, familiares, hasta llegar al tope del paisaje, donde se quedó un largo rato y sentóse en una silla.
Un sonido a lo lejos como un pito lo sacó de ese mundo colorido y lo trajo a su silla mecedora, era su tetera que le avisaba que el agua estaba lista para su té de mediodía.

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